El paseador




¡Paco, baja al perro!

Y Paco baja al perro por amor.

Si por él fuera ya le habría dado seis bolillas hace mucho tiempo. El perro es un hijoputa de cuidado que, si pudiera, ya le habría dado seis bolillas a Paco el día que desembarcó en su casa, porque el perro es el dueño de la casa. Tiene adiestrada a su dueña para que obedezca fielmente a cada uno de sus ladridos e incluso la pone a hacer numeritos circenses cuando hay otros perros delante.

Por la oscura avenida solo circulan otros paseadores de perro que, al cruzarse entre si, se saludan con un leve gruñido mientras los canes hacen amago de olerse los castañoscuros y desisten de su instinto después del segundo tirón de la cadena.

¿A nadie se le ocurrió poner una tienda de bolillas en la avenida?

Un aullido lejano hace estremecer a los canes y despierta una leve sonrisa en sus paseadores: Algún Paco, en alguna avenida recóndita, celebra el letal efecto de las bolillas que trajo de estraperlo en su último viaje a Tailandia.

El regreso a casa siempre es reconfortante… para el perro. Se libera de la cadena, de Paco y del medio litro de orín que no soltó en la avenida por pudor. (Como se orina en casa de uno…)

- ¡Paco… trae la fregona!

Y Paco, por amor, sueña con los encantos prohibidos de la lejana Tailandia.

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